Me gustan mucho las historias de todo tipo, esta en particular me marcó porque fué como decidí dedicarme a lo que me dedico.
Crecí en una familia de comerciantes, nos dedicábamos a la venta de abarrotes por mayor, visitábamos tiendas ubicadas en distintos pueblos y aldeas de los departamentos de Chimaltenango y Sacatepéquez, Guatemala.
Mi trabajo y el de mis hermanos consistía básicamente en ser el ayudante de papá, cargando, descargando, surtiendo pedidos, etc. En temporada escolar por las mañanas asistíamos a la escuela, por las tardes, jugar, tarea y ayudar a preparar la camioneta -Chevy Van — con todos los abarrotes para el día siguiente. En temporada no escolar iniciábamos el día preparando la camioneta — cargando la mercadería -, uno de nosotros hacía de ayudante durante el día, el resto para la casa realizar las tareas habituales de un adolescente.
La decisión
Actualmente ya no tenemos más el negocio, cada uno se gana la vida de una manera diferente, tengo la oportunidad de hacer algo que me gusta y que me provee de lo necesario para mí y los míos, de más está decir que soy muy afortunado.
Todo cambio de dirección es ejercido en nosotros de dos maneras posibles, por nuestra propia decisión o por acontecimientos que no podemos controlar por nosotros mismos, particularmente mi decisión de cambiar el negocio familiar por la academia fue influenciada fuertemente por un acontecimiento uno de esos sábados en que fue mi turno ayudar a papá durante todo el día.
La mecánica de surtir una tienda con nuestros abarrotes era muy sencilla, nos estacionábamos frente a la tienda, mi papá tomaba el pedido, cuando llenaba — o antes de ser posible — la primera hoja, iniciaba nuestro trabajo, ejecutando un ciclo finito de ida y vuelta de la tienda a la camioneta y viceversa acarreando en cada una de esas vueltas uno o varios ítems de la lista hasta finalizar todas la hojas — si las había — del pedido, se cobraba y vamos a la siguiente tienda.
Ese día llegamos como habitualmente se hacía, nos estacionamos frente a la tienda paso seguido mi papá inició la toma del pedido — yo no bajé inmediatamente -.
Un señor usando sombrero con apariencia de campesino se acerca a la ventana de copiloto donde yo estaba, me dice — no te va a pasar nada — mientras metía la mano dentro de un morral típico y sacaba una pistola. No recuerdo haber pensado nada en especial en ese momento, solo vi la pistola saliendo del morral, mi cerebro adolescente intentaba deducir que estaba pasando, voltea hacia la tienda, un segundo hombre con gorra, chumpa y lentes había entrado a la tienda con revólver en mano al mismo tiempo que le exigía a mi papá el dinero de la venta.
Era de esperar que siendo la primer tienda de la jornada el único dinero que llevábamos encima era el que había comprado el desayuno que comimos ese día, mi papá intentó explicarles que era la primer tienda y que no llevábamos dinero. Me bajaron de la camioneta llevándome hasta donde estaba mi papá y la dueña de la tienda, ella del lado de la tienda donde se atiende y nosotros del lado donde usualmente el cliente solicita sus productos.
Mantuvimos la calma tanto como nos era posible, el segundo hombre — el de gorra — insistía en que se le diera el dinero de la venta sin obtener nada — claro, no había dinero — mi papá le ofreció las llaves de la camioneta para que se la llevara cargada en su totalidad, el ladrón no aceptó… veo como levanta el revólver hala el martillo mientras le dice a mi papá.
Yo lo que quiero es matarte…
Es una escena que jamás voy a olvidar, recién en ese momento entendí que nuestras vidas — la mía, de mi papá y la de la dueña de la tienda — estaba pendiendo de un hilo muy delgado. Escuchar que le digan eso a tu papá mientras le ponen el arma en la cabeza es algo que te deja huella.
El hombre pone el revólver en la cabeza de mi papá, en ese momento en mi mente digo “Dios… por favor no“, mi papá con una voz que aún trato de entender, no parecía asustado ni enojado, era más bien como indignado le dice al ladrón — pero si yo no te he hecho nada -, seguro Dios se compadeció de nosotros en ese momento, no era nuestra hora, en ese momento el ladrón de gorra baja el arma y entre los dos malhechores hacen que mi papá y yo nos pasemos al otro lado del mostrador de la tienda — del lado donde estaba la señora -, nos tiran al suelo — no nos golpearon — y nos amenazan con matarnos si levantamos la vista o salimos de la tienda en en período menor a 5 minutos — no con esas palabras, claro está -, pasan menos de dos minutos y mi papá se estaba levantando, se lo impido, él espera otro minuto y lo vuelve a intentar, intento impedírselo de nuevo a lo que responde — ya hombre, ya se fueron.
Fin, todo había acabado.
Ese mismo día decidí que no seguiría más con el negocio familiar. Tenía que seguir ayudando a mi papá con las tareas diarias, era mi obligación pero eso sería solo hasta que pudiera valerme por mí mismo.
No fue mi último asalto junto a mi papá pero la decisión estaba tomada, según mi lógica. Era muy peligroso ser comerciante.
¿Me arrepiento de haber elegido una vida de oficina?
Si y No.
Por una parte me pregunto que hubiera sido de mí y de mi familia si me hubiera dedicado a eso, ¿hubiéramos prosperado?, ¿hubiéramos fracasado?. Solo Dios sabe, pero estoy seguro que si esa decisión la debiera tomar en este tiempo probablemente sería distinta, no porque el trabajo que realizo sea malo, o la profesión no de frutos. Es que al trasladarme al lado asalariado inmediatamente auto-restringimos nuestra libertad para beneficio directo de otros y no el nuestro.
Siendo asalariado nos tenemos que regir bajo los lineamientos del patrono y sumarle que la clase asalariada no goza de muchos beneficios fiscales por lo que hay que pagar mucho de ese salario al estado.
Ser asalariado permite aprender muchas cosas, asegurarse un ingreso mensual y llevar bienestar a nuestros hogares, no es malo. Pero creo firmemente que podemos hacer algo mucho mejor, sólo que cada quien tiene que descubrir qué y allí es donde nos atascamos.
En la sociedad en la que nos desenvolvemos todos corremos riesgos de camino al trabajo, en ese momento me parecía que mi papá se arriesgaba demasiado para darnos de comer como miles de guatemaltecos que día a día salen a las calles a ganarse el pan diario con el sudor de su frente, así era y sigue siendo. — por cierto, papá si estas leyendo esto, “Gracias, Muchas gracias por arriesgarte por nosotros, Te Quiero Mucho”.
Yo tuve que elegir, como seguro lo tienes que hacer tú todos los días, elige, elige bien y una vez tomada la decisión has todo lo correcto para que valga la pena, va haber equivocaciones, partes en subida y en bajada, hay que seguir hasta alcanzar el objetivo.
“La vida no se gana por suficiencia sino por insistencia — César Lemus”.
¿Tienes alguna historia en la que hayas tenido que tomar decisiones de vida?, me gustaría leerlas en los comentarios.
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Foto por Ilya Pavlov on Unsplash